Un pabellón de caza cuya construcción ordenó el Conde Ciano durante la
ocupación italiana de Albania, es el elemento que refleja el Estado dictatorial
y opresivo, la imagen que emplea Kadaré en esta novela corta, El jinete con halcón, publicada en
España junto a La historia de la Liga
albanesa de Escritores frente al espejo de una mujer y El vuelo de la cigüeña; las tres obras, sendas reflexiones sobre el
poder totalitario y sus mecanismos criminales.
En El jinete con halcón, en
principio, el Ministro de Asuntos Exteriores de Mussolini, Ciano, decide construir
un pabellón de caza sobre unos terrenos en la Albania ocupada como una forma de
reunirse allí con sus acólitos con la intención de celebrar suntuosas fiestas; es
una manera, también, de consolidar su poder organizando notables y voluptuosas
partidas de caza. Tal será la aspiración inicial de Ciano, pero una
recomendación del arquitecto, colocar presidiendo la casa un cuadro de Rembrandt
en el salón principal –El jinete con halcón-, hace cambiar toda
la perspectiva y el espíritu de Ciano respecto a la utilidad del lugar.
Capítulo aparte merecerá, más adelante en esta bitácora, un estudio y
análisis de lo que representan los arquitectos en la narrativa de Kadaré, la
forma en que se entrelazan a las dictaduras, la manera en que proyectan su
sombra sobre el tirano, y cómo ambos personajes se retroalimentan, con finales
desgraciados en ambos casos: el arquitecto, desde La pirámide hasta la novela corta que me ocupa, pasando por El sucesor, estará condenado a la
tragedia por el mero hecho de haber sido elegido, mientras que el dictador se
verá inficionado por la creación edificada por el arquitecto. Las
construcciones terminan condenando a los arquitectos y envenenando a los tiranos
en las novelas de Kadaré.
En posteriores entradas analizaré con detenimiento esta figura del
arquitecto, su peculiar relación con el poderoso y su condena, así como las
emanaciones del mal son exhaladas en las construcciones totalitarias y contagian
al dictador –la casa nueva en El sucesor, la pirámide, el edificio del
Tabir en El Palacio de los sueños, los ministerios…-. Esta figura del
arquitecto como complemento desdichado del todopoderoso nace de las
construcciones faraónicas, y es que para Kadaré, los comunismos y los regímenes
de izquierdas, realmente todos los sistemas totalitarios, alimentados con sus
cultos a la personalidad y megalomanías, poseen mucho de faraónicos.
En este caso, en El jinete con
halcón, el pabellón de caza, que ya alberga algo de malvado en sí mismo, se
transforma en un instrumento criminal con la mera instalación del cuadro de
Rembrandt a sugerencia del arquitecto. Una vez que Ciano lo consigue (no se
sabe bien, ni se aclara con voluntad en el texto, si se trata del original o
una copia, lo que contribuye a crear una pátina de misterio maligno sobre la
tela), su apreciación sobre el pabellón de caza cambia. Ahora, es consciente de
que el lugar es un instrumento de muerte.
Existe algo en el gesto del jinete retratado que se puede percibir,
algo así como una mueca de resignación, de aceptar su destino, que revela la
verdadera naturaleza de lo que se esconde tras las invitaciones a las partidas
de caza: la muerte, el asesinato del rival. Será ese cuadro, con el gesto del
jinete que acude sumiso a la partida de caza aunque conoce de su final, lo que
llevará a Ciano a concebir la idea de eliminar a sus rivales invitándolos a
cazar. Se apunta a un corzo, y un estúpido accidente acaba con el disparo por
la espalda sobre el rival, borrado con sencillez del panorama político en donde
tantísimo molestaba.
Sin embargo, y aunque la tentación sea enorme, el régimen fascista en
el que se encuentra insertado Ciano nunca organizará en aquél pabellón ninguna
partida de caza mortal, solamente discurren por sus habitaciones algunas orgías
de mayor o menor importancia. Ciano, después, será eliminado por Mussolini
acusado de traición, pero esa ya será otra historia que se proyecta más allá de
esta breve novela.
La posibilidad del asesinato camuflado en la cacería no se llevará a
cabo en el régimen fascista, que muy bien habría podido ocurrir, sino durante
el nuevo sistema político –tras un corto interludio nazi que sigue a Ciano, el
relevo sobre la dominación de Albania por parte de los italianos, brevemente
controlada por los alemanes- y que llegará tras la derrota del Eje en la
Segunda Guerra Mundial: el comunismo.
En este instante Kadaré ha establecido una narración en tres planos
–la historia de Ciano, la del hijo del infortunado arquitecto que recaba la
información sobre su desdichado padre, y la del joven Bardh Beltroja-.
Siguiendo en parte el guión de la novela postmoderna de la coincidencia, de la
serendipia o lo que algunos críticos gustan definir como novela de la contingencia, el primer párrafo del texto ya nos había
anunciado la, en principio, inexistente conexión en el tiempo y en las
historias de varias acciones y sujetos que después coincidirán y se
complementaran producto del devenir o de la casuística: la pintura de
Rembrandt, el arquitecto del pabellón, el avión en el que viaja Ciano sobre
Albania y el joven Beltroja, todos ellos separados por la distancia, pero que
tendrán una confluencia final.
El joven, en la época de la construcción del pabellón y de la historia
del cuadro, es un estudiante de la ciudad de Durrës que con el paso del tiempo
se convertirá en intérprete. Al parecer, intervendrá en unas conversaciones
secretas del comunismo albanés con una delegación yugoslava. De esa forma, el
intérprete se convierte en alguien molesto, que sabe demasiado sobre aspectos
incómodos para el nuevo Estado. Dos oficiales del Ministerio del Interior, a
los que Bardh Beltroja había conocido, al parecer, por casualidad -en una
historia en donde todas las casualidades no son tales-, lo invitarán unos meses
después a una partida de caza en el pabellón, ahora una edificación remozada
por el gobierno comunista en la que, curiosa y coincidentemente, cuatro meses
antes habían tenido lugar esas conversaciones secretas en las que Beltroja ofició
de intérprete y supo lo que no debería saber.
Él ya conocía el pabellón, había estado anteriormente en él. Así,
Beltroja regresará de caza al lugar de su condena, ahora para recibir la
ejecución de la sentencia. El círculo de casualidades se ha cerrado de esta
manera. Y las historias desconectadas que arrancaron en el párrafo inicial del
texto se han completado, las ha cohesionado la muerte: un asesinato.
Kadaré, a modo de conclusión, ya nos avisa del tópico literario que ha
desarrollado aquí, el de la invitación mortal, al estilo de la cena de Don Juan
con el espectro de piedra del Comendador o la de Macbeth con el rey Duncan –dos
motivos que, por otra parte, han sido referentes en obras anteriores del autor-.
Históricamente, en otro suceso que maneja el albanés en el imaginario de sus
dramas –y que será importante en El
sucesor-, Mao se deshizo de su acólito y delfín Lin Biao tras invitarlo a cenar:
A fin de cuentas, en toda invitación había habido desde
siempre un poco de muerte.
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