viernes, 1 de noviembre de 2013

El jinete con halcón



Un pabellón de caza cuya construcción ordenó el Conde Ciano durante la ocupación italiana de Albania, es el elemento que refleja el Estado dictatorial y opresivo, la imagen que emplea Kadaré en esta novela corta, El jinete con halcón, publicada en España junto a La historia de la Liga albanesa de Escritores frente al espejo de una mujer y El vuelo de la cigüeña; las tres obras, sendas reflexiones sobre el poder totalitario y sus mecanismos criminales.

En El jinete con halcón, en principio, el Ministro de Asuntos Exteriores de Mussolini, Ciano, decide construir un pabellón de caza sobre unos terrenos en la Albania ocupada como una forma de reunirse allí con sus acólitos con la intención de celebrar suntuosas fiestas; es una manera, también, de consolidar su poder organizando notables y voluptuosas partidas de caza. Tal será la aspiración inicial de Ciano, pero una recomendación del arquitecto, colocar presidiendo la casa un cuadro de Rembrandt en el salón principal  El jinete con halcón-, hace cambiar toda la perspectiva y el espíritu de Ciano respecto a la utilidad del lugar.

Capítulo aparte merecerá, más adelante en esta bitácora, un estudio y análisis de lo que representan los arquitectos en la narrativa de Kadaré, la forma en que se entrelazan a las dictaduras, la manera en que proyectan su sombra sobre el tirano, y cómo ambos personajes se retroalimentan, con finales desgraciados en ambos casos: el arquitecto, desde La pirámide hasta la novela corta que me ocupa, pasando por El sucesor, estará condenado a la tragedia por el mero hecho de haber sido elegido, mientras que el dictador se verá inficionado por la creación edificada por el arquitecto. Las construcciones terminan condenando a los arquitectos y envenenando a los tiranos en las novelas de Kadaré.

En posteriores entradas analizaré con detenimiento esta figura del arquitecto, su peculiar relación con el poderoso y su condena, así como las emanaciones del mal son exhaladas en las construcciones totalitarias y contagian al dictador –la casa nueva en El sucesor, la pirámide, el edificio del Tabir en El Palacio de los sueños, los ministerios…-. Esta figura del arquitecto como complemento desdichado del todopoderoso nace de las construcciones faraónicas, y es que para Kadaré, los comunismos y los regímenes de izquierdas, realmente todos los sistemas totalitarios, alimentados con sus cultos a la personalidad y megalomanías, poseen mucho de faraónicos.

En este caso, en El jinete con halcón, el pabellón de caza, que ya alberga algo de malvado en sí mismo, se transforma en un instrumento criminal con la mera instalación del cuadro de Rembrandt a sugerencia del arquitecto. Una vez que Ciano lo consigue (no se sabe bien, ni se aclara con voluntad en el texto, si se trata del original o una copia, lo que contribuye a crear una pátina de misterio maligno sobre la tela), su apreciación sobre el pabellón de caza cambia. Ahora, es consciente de que el lugar es un instrumento de muerte.

Existe algo en el gesto del jinete retratado que se puede percibir, algo así como una mueca de resignación, de aceptar su destino, que revela la verdadera naturaleza de lo que se esconde tras las invitaciones a las partidas de caza: la muerte, el asesinato del rival. Será ese cuadro, con el gesto del jinete que acude sumiso a la partida de caza aunque conoce de su final, lo que llevará a Ciano a concebir la idea de eliminar a sus rivales invitándolos a cazar. Se apunta a un corzo, y un estúpido accidente acaba con el disparo por la espalda sobre el rival, borrado con sencillez del panorama político en donde tantísimo molestaba.

Sin embargo, y aunque la tentación sea enorme, el régimen fascista en el que se encuentra insertado Ciano nunca organizará en aquél pabellón ninguna partida de caza mortal, solamente discurren por sus habitaciones algunas orgías de mayor o menor importancia. Ciano, después, será eliminado por Mussolini acusado de traición, pero esa ya será otra historia que se proyecta más allá de esta breve novela.

La posibilidad del asesinato camuflado en la cacería no se llevará a cabo en el régimen fascista, que muy bien habría podido ocurrir, sino durante el nuevo sistema político –tras un corto interludio nazi que sigue a Ciano, el relevo sobre la dominación de Albania por parte de los italianos, brevemente controlada por los alemanes- y que llegará tras la derrota del Eje en la Segunda Guerra Mundial: el comunismo.

En este instante Kadaré ha establecido una narración en tres planos –la historia de Ciano, la del hijo del infortunado arquitecto que recaba la información sobre su desdichado padre, y la del joven Bardh Beltroja-. Siguiendo en parte el guión de la novela postmoderna de la coincidencia, de la serendipia o lo que algunos críticos gustan definir como novela de la contingencia, el primer párrafo del texto ya nos había anunciado la, en principio, inexistente conexión en el tiempo y en las historias de varias acciones y sujetos que después coincidirán y se complementaran producto del devenir o de la casuística: la pintura de Rembrandt, el arquitecto del pabellón, el avión en el que viaja Ciano sobre Albania y el joven Beltroja, todos ellos separados por la distancia, pero que tendrán una confluencia final.

El joven, en la época de la construcción del pabellón y de la historia del cuadro, es un estudiante de la ciudad de Durrës que con el paso del tiempo se convertirá en intérprete. Al parecer, intervendrá en unas conversaciones secretas del comunismo albanés con una delegación yugoslava. De esa forma, el intérprete se convierte en alguien molesto, que sabe demasiado sobre aspectos incómodos para el nuevo Estado. Dos oficiales del Ministerio del Interior, a los que Bardh Beltroja había conocido, al parecer, por casualidad -en una historia en donde todas las casualidades no son tales-, lo invitarán unos meses después a una partida de caza en el pabellón, ahora una edificación remozada por el gobierno comunista en la que, curiosa y coincidentemente, cuatro meses antes habían tenido lugar esas conversaciones secretas en las que Beltroja ofició de intérprete y supo lo que no debería saber.

Él ya conocía el pabellón, había estado anteriormente en él. Así, Beltroja regresará de caza al lugar de su condena, ahora para recibir la ejecución de la sentencia. El círculo de casualidades se ha cerrado de esta manera. Y las historias desconectadas que arrancaron en el párrafo inicial del texto se han completado, las ha cohesionado la muerte: un asesinato.

Kadaré, a modo de conclusión, ya nos avisa del tópico literario que ha desarrollado aquí, el de la invitación mortal, al estilo de la cena de Don Juan con el espectro de piedra del Comendador o la de Macbeth con el rey Duncan –dos motivos que, por otra parte, han sido referentes en obras anteriores del autor-. Históricamente, en otro suceso que maneja el albanés en el imaginario de sus dramas –y que será importante en El sucesor-, Mao se deshizo de su acólito y delfín Lin Biao tras invitarlo a cenar:

A fin de cuentas, en toda invitación había habido desde siempre un poco de muerte.


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