miércoles, 13 de mayo de 2015

La noche de la Esfinge -relato-


La noche de la Esfinge (1986) es un texto breve en el que Kadaré se acerca como nunca antes al espíritu kafkiano de las narraciones cortas que caracterizaban al praguense. En la línea de los relatos discursivos al estilo de Ante la Ley, también cargados de paradoja como El deseo de ser un indio, La verdad sobre Sancho Panza, El buitre..., la narración presenta una reflexión corta en la que se le presta voz a la propia Esfinge. No hay una preparación, ni una introducción, en nada se le informa del antes o del después al lector, y sin embargo, en esta cala directa en el devenir angustioso del personaje mítico, pocos son los enigmas que nos encontramos.

Si entendemos que se trata de la Esfinge la que nos está narrando un instante de su angustia, como así lo confirma al afirmar que, en efecto, ahoga a la gente: “Las gentes me llaman esfinge. Es decir, sofocadora, asfixiante” (2004b: 82), y podemos situarla en los montes de Tebas, angustiando a los caminantes con sus preguntas, y poco antes de que Edipo se presente ante ella y resuelva el enigma que la condene a morir, los misterios del texto, completamente engarzado en la mitología, se han desvanecido.

Entonces, lo que le resta a esta simbólica Noche de la Esfinge es la reflexión sobre el poder del Estado totalitario, el absoluto poder del mecanismo autoritario en sus preguntas, en la manera en como aplasta al individuo, le infunde el terror cuando se dirige a él: “Todos saben que cualquiera tiembla de miedo ante mí. Pero a nadie se le ha ocurrido imaginar cómo tiemblo yo misma. Al igual que ellos, de miedo”, arranca el relato.

En las palabras de la confesión de la Esfinge encontramos la voz del Estado, pero también, por ejemplo, la de uno de sus instructores, interrogadores o torturadores. De aquellos que aplicando el sistema represivo, en el tiempo en que ese sistema tuvo validez, pudieron dar pavor, pero el miedo lo tenían realmente ellos, porque eran conscientes de que, una vez transcurrido su tiempo, a ese Estado criminal se le pedirían cuantas y responsabilidades. Entonces, a muchos, no les quedó otra solución que la de la Esfinge, arrojarse barranco abajo; el suicidio.

El suicidio de la Esfinge significa la muerte del Estado totalitario, el hálito de esperanza de que no terminará perpetuándose, que su tiempo está contado. Y que después de mucho formular preguntas a los individuos, llegará un momento en que esas preguntas le serán formuladas al sistema, para pedirle cuentas de sus crímenes. Por eso, la Esfinge teme que cada caminante que se aproxima sea quién transporte la pregunta que desencadene su final. Sin embargo, aquí Kadaré va más allá, y en esta confesión del pavor de la Esfinge, ya la asemeja no con la totalidad del Estado totalitario, sino con su Líder, Enver Hoxha, en los delirios y manías conspirativas: “La funesta sospecha de que esa sombra sea la del hombre que se dirige hacia mí con esa pregunta fatal que yo no sabré responder me paraliza por completo”.

Se aúna el terror del Líder a las traiciones, pero también el del Sucesor a ser preguntado por alguna realidad molesta, por una verdad incómoda que lo paralice y, finalmente, lo condene. Las trazas de la crítica kadariana se entremezclan en diferentes profundidades. Así, “jamás imaginé que el horror que yo provocara en las gentes me sería retribuido con la misma moneda (...) Mientras que el espanto de ellos se concentra en mi solo ser, la angustia mía puede ser provocada por cualquiera de ellos”…

De manera que el Líder, asociado al sistema totalitario es temido de manera individual, pero el tirano debe protegerse y defenderse de todos y cada uno de los individuos, desde los ciudadanos que pueden pretender matarlo, pasando por los espías, los saboteadores, hasta los rivales políticos del Politburó... Una situación angustiosa que se combate con el terror desencadenado, con las purgas y poniendo en práctica la “Gran Estratagema”. Ahora bien, en el momento en que respondan a la Esfinge, una parte de esa “Gran Estratagema” del Estado totalitario habrá quedado al descubierto, y la impostura, así, aniquilada. De hecho, el final del relato juega con esa dualidad entre Estado y Líder, saltando de la referencia a la caída en desgracia del Líder al derrumbamiento del Estado totalitario que son, al final, dos visiones complementarias que se encarnan bajo el símbolo de la Esfinge.

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