En el año
1995, el gobierno de Sali Berisha, antiguo cardiólogo de Enver Hoxha, y gran
conocedor de una parte de los engranajes del Estado, consiguió la aprobación de
la “Ley sobre Genocidio y Crímenes contra la Humanidad Cometidos en Albania
durante el Régimen Comunista por Razones Políticas, Ideológicas o Religiosas”,
una ley que impedía a los miembros del antiguo régimen ocupar cargos públicos
hasta 2002 y que permitía a la Fiscalía la promoción de nuevas acciones penales
contra figuras de la administración Hoxha. De esa manera, ya se había encausado
a Ramiz Alia, a Fatos Nano y a la viuda del mismo Hoxha, Nexhimie, todos ellos
acusados de corrupción y de otros delitos. También se había sancionado la “Ley
de Verificación del Carácter Moral de los Oficiales y Otras Personas Conectadas
con la Defensa del Estado Democrático”, que restringía la acción y actividad de
los candidatos electorales. En ese ambiente, se generó un principio de revisión
de los sucesos más truculentos de la historia reciente de Albania, entrando la
Corte Internacional a enjuiciar algunos casos bajo acusaciones de crímenes de
lesa humanidad. En ese caldo de cultivo, se enmarca Vida, representación y muerte de Lul Mazreku, como la presentación
y revisión de sucesos y actividades de todo un deambular ciudadano y el
compendio de unos comportamientos de un grupo de personas relacionado con un
asunto que ha sido determinado por el Tribunal Internacional de La Haya como un
“crimen contra la humanidad”.
Desde el
prólogo del texto, su narrador, con afán compilador, ya advierte de que se nos
presenta un gran flash-back que
después resultará algo más que eso, una sucesión de presentación de pruebas a
modo de escenarios en planos superpuestos y en un vaivén temporal. Y es que una
parte de la novela parece un intento de recopilar pruebas o declaraciones para
testificar en ese juicio que va a celebrarse un tiempo más tarde, como si los personajes
ya actuaran siendo conscientes de que lo que allí estaba sucediendo sería
motivo de periciales y, por ende, registrado con visos de ser sometido a una
corte futura. Estas declaraciones que se toman para el juicio, se denominan ya
muy peculiarmente como “puntos de
vista”, es decir son perspectivas, que “fueron calificadas en su totalidad de
fantasías literarias”. Entonces, ¿ante qué tipo de crimen nos enfrentamos?
¿Cuál es el verdadero calado de las pruebas? ¿Qué pretende mostrarnos el
narrador advirtiéndonos de que todo se trata de “fantasías literarias”?
Son las primeras maniobras de Kadaré para sumergir al lector en una historia
conformada por diferentes densidades, en barnices de universos, de
multi-universos, en las que los propios personajes se mueven como seres
ficcionales, maniquíes que trazan sus trayectorias al antojo del autor, en una
recreación fractalizada de los individuos que, como marionetas, se movían al
son que marcaba el régimen Hoxha, porque quizás no existió, nunca, novela más
deshumanizada de Kadaré que esta.
En ese
sentido, el multiperspectivismo de los many
worlds ubica al lector como un observador externo a los diferentes planos,
como una especie de contemplador ubicado
tras la vidriera, mirón que asistiera a una serie de sucesos programados,
interpretados por autómatas. La novela presenta aquí un componente de
experimento sometido a la observación de otros, entre ellos el mismo lector
como espectador, al estilo de las distopías de Huxley y Vonnegut, tal vez,
también, conectado con esos dos investigadores que proponen el “experimento” en
la obra de teatro de Antonio Buero Vallejo titulada El tragaluz y que contemplan una época pasada desde el futuro para
así poder enjuiciarla. (En Matadero Cinco
de Vonnegut y en El tragaluz, la
observación y estudio de comportamientos acaecidos en el pasado implica saltos
temporales y un tratamiento cuántico del material narrativo que los hermana con
los momentos de aceleración-desaceleración narrativos del Mazreku).
En un
momento determinado, los personajes del Mazreku,
incluso los sucesos relatados, están anclados a sus líneas temporales, forman
parte de sus puntos de vista cuánticos,
para tornarse en evocaciones del pasado, en esas “fantasías literarias” y ya ser “imaginados”,
detenidos en momentos y en realidades determinadas y maleadas a gusto de
cada invención. Los personajes se han convertido así en una suerte de sombras,
de vagabundos cuánticos encerrados en
los planos de la historia.
Ya desde el
título, Vida, representación y muerte,
la novela se ancla en dos pilares fundamentales para su comprensión, el que
interesa a la vida y la muerte y que tiene una relación directa
con lo que denominaré como contingencia,
y el de la representación, que se
enlaza directamente con la pieza teatral de La
gaviota de Chéjov. El Mazreku es
una novela de la contingencia,
entendida como una construcción narrativa sobre todo aquello que se ha
edificado sostenido en la posibilidad de un mínimo detalle que ha ocurrido
–incluso nimio–, pero que de haber sido distinto, y muy bien podría haberlo
sido, por insignificante que fuera la variación, el resultado final habría
resultado completamente diferente. En ese sentido contingente, la vida está repleta de tales situaciones, porque una
trayectoria vital se lleva a cabo desechando opciones a un lado y eligiendo
otras; sin embargo, estas opciones entran en el abanico de lo que el individuo
elige voluntariamente (o presuntamente
bajo su voluntad, aunque siempre se encuentre condicionado por algunos factores
externos). La trayectoria vital deja a su paso una trayectoria no-vital con todas las opciones
desechadas, los si hubiera que no han
sido. Ahora bien, esta contingencia
también se cimienta en la casuística, y un elevado número de estas decisiones
que cambiarán la vida de una persona vienen dadas por disposiciones de terceros y por acciones,
aparentemente, ajenas. De este modo, firmemente asentada en un dato contingente, arranca esta cala en la vida de Lul Mazreku.
Mazreku se
encuentra a la espera de saber “si
había sido o no admitido en la Escuela de Arte Dramático”, tal vez uno
de los mitos de la contingencia histórica
más conocidos en referencia a Adolf Hitler y su propio devenir acerca de no
haber sido aceptado en la escuela de Bellas Artes de Viena y la relación que
aquella decisión tuvo con la historia de la humanidad y el futuro del siglo XX.
Los paralelismos de Mazreku con Hitler empiezan aquí, pero no terminan, sino
que continuaran en la novela: al igual que el austriaco en Bellas Artes, el
albanés será rechazado en la Escuela de Arte Dramático, vivirá las experiencias
de un soldado chusquero, en determinados momentos su sexualidad se pondrá en
entredicho, y se le acusará firmemente de homosexual, para que al final su
muerte se vea rodeada de misterio y vaya de la mano de un proceso que ataña a
crímenes de lesa humanidad. ¿Es Mazreku un Hitler que vive una línea de
existencia paralela? ¿Cómo hubiera cambiado la vida de Mazreku de haber sido
admitido en la Academia? Lul Mazreku: novela
de la contingencia.
El inicio de
la novela muestra un gran nivel de caos: al principio de incertidumbre de si ha
sido o no admitido en la Escuela, debe añadirse que se ha cortado la línea
telefónica de Tirana, que una copa de licor acaba por aturdir a Mazreku y que,
en un teatro cercano, se ensayaba la obra de Chéjov, La gaviota, aún si poseerse una autorización oficial para su
representación: todo es temporal, todo es pasajero, pende de un hilo, es
tránsito, caos. Un caos que resulta bien curioso si nos detenemos por un
instante a reflexionar acerca del fractalismo
social del que se ocupan las obras de Kadaré. Sus novelas se esfuerzan por
reproducir un microcosmos que sería
reflejo del macrocosmos del régimen
de Hoxha. El fractal, como reflejo en pequeño de su original, exige de un orden
estructural, pero la característica principal de la sociedad comunista albanesa
es el caos, un caos que debe ser reproducido en la novela: he aquí la paradoja;
novela fractalizada con caos podría
denominarse a una gran parte de la producción narrativa de Kadaré.
En La gaviota se encierra una de las
lecturas de la novela, consistente en establecer un diálogo entre uno de los
personajes de Chéjov, Treplev, y el propio Mazreku, en la relación que toda la
obra de La gaviota tiene en sí con la
Vida, representación y muerte, con
sus connotaciones teatrales. Porque el Mazreku
es la novela más teatral de Kadaré, en la que sus personajes protagonistas
están sometidos a mayores tensiones. En La
Gaviota, el tema principal, que lo eclipsa todo, es el conflicto que se
apodera de tres personajes principales, Treplev, Nina y Trigorin: la creación
artístico-literaria, la chispa creadora, la epifanía... Paralelamente, en Vida, representación y muerte, asistimos
a una mise en scene parecida, en tanto
en cuanto las relaciones entre sus
personajes se van difuminando en pequeños conflictos, y estos conflictos, a su
vez, dentro de otros, pasando de mise en
scene a mise en abyme, dado que
los problemas de los personajes van trazando una serie concéntrica que los
rodea hasta sumergir la narración en un vórtice, un embudo que realmente no
conduce a ninguna salida sin que sea posible quebrantar el horizonte de expectativas del lector, dejando sin resolver una
parte de los enigmas planteados y deshilachando la historia para que con esos
colgajos irresolutos sean los lectores quienes puedan, o quieran, desenlazar lo
que sean capaces.
Treplev, en
esta gaviota a la albanesa sería el
propio Mazreku. El equivalente de Nina haría las veces del personaje de Vjollca
Morina; el tercero en discordia, y que muy bien podría encarnar a Trigorin,
estaría conformado por un personaje poliédrico: el sumatorio de, en ocasiones,
las caras del ministro encausado, otras veces, las aristas del agente del
operativo especial, acaso el soldado Tonin Vorfi –el permanente envidioso de
Mazreku–, más los rasgos del torticero comandante de la guarnición fronteriza…
Los
personajes de La gaviota chejoviana
se debaten en la angustia que les provoca la creación artística en alguna de
sus formas. Los personajes kadarianos viven unas relaciones tormentosas con el agua al cuello, angustiados por
la sexualidad y el deseo, por la impostura y la mentira, por la representación
continuada de algo que significa encontrarse en el interior de una cárcel para
ellos. Son personajes que deben interpretar (el cadáver bajo la lona, la amante
espía, el agente de seguridad, el ministro de justicia aterrador, el militar aguerrido) sin un ápice de
sentimiento ni interés. Diríase que todos los integrantes del elenco
interpretativo del Mazreku ya han
visto depositada frente a sus ojos una gaviota desmadejada como símbolo de lo
que han extraviado, de lo que hicieron y ya no hacen, o de lo que llevaron a
cabo con esperanza y ahora ya han dejado de creer en ello.
En el Mazreku sucede lo mismo: las fuerzas
creadoras de los hombres jóvenes (de Lul, de Vjollca, de Nik Balliu, de los
soldados, del zangolotino, de los turistas) hace tiempo que fueron derrotadas
en estos seres humanos que deambulan por las páginas de la novela. Los
personajes ejecutan una suerte de representación
de sus vidas, también embalsamados, acartonados y sin almas, dejándose
dirigir incluso a la hora de fingir que están muertos –y mucho peor aún es el
caso de la simulación de que están amando. El realismo socialista es una de las fuerzas que ha poseído el alma de
los kadarianos, la Albania de Hoxha es la otra fuerza, unida al control
policial y la represión… son dos íncubos
que se apoderan de los personajes hasta anularlos. Y Vida y representación vive una vida paralela a La gaviota como Mazreku lo
hace a Hitler y a Treplev y todo viene a ser espejos que se reflejan unos en
otros, que se fractalizan, multiplicando los many-worlds, las líneas de vidas posibles, paralelas, cuánticas, así representadas.
En ese
sentido, la “representación” de
Lul Mazreku a la que hace referencia el título de la novela es precisamente la
más deshumanizada de todas, aquella en la que interpreta a un muerto, ubicado
bajo las lonas, tendido en la cubierta de una motora. La inhumanidad del acto,
junto al estado alterado que viene presentando Mazreku, lo lleva a una
identificación inmediata con ese cadáver que se agita como un zombi bajo las
sábanas de amortajado: “Me estaba representando a mí mismo”, admite. La barcaza
apaga su motor.
La representación del pavor
del régimen ha tocado a su fin. Hoxha ha muerto. La Albania comunista avanza
hacia la democracia envuelta en escándalos y revoluciones sociales. La única
diferencia del antes y del ahora, de cuando arrancó la narración de Lul Mazreku
y del ahora en el que se encamina hacia su final esta novela teatral, es que Albania ha salido de un periodo dramático de
su historia en donde cada cual ha luchado por sobrevivir como ha podido.
Mazreku, en eso, como muchos albaneses, pronuncia las palabras de su descargo. Estas palabras de Mazreku son
concluyentes. En primer lugar, lo ubican como uno de los funervivos de la obra de Kadaré, de esos muertos en vida víctimas
del exilio interior producto del
régimen, de corazón congelado, carcomidos por la helada. Esto explica mucho de
su comportamiento errático y extraviado, y la extrañeza que siente y con la que
percibe la realidad. En segundo lugar, se nos menciona un “desdoblamiento”,
término que como tal, ya nos remite a ciertos aspectos de la novela quántica, más aún cuando ese “desdoblamiento” es producto del “destino”. Serendipia, contingencia, coincidencias
y mundos paralelos coinciden en este reconocimiento de Mazreku, que dice estar
a un tiempo vivo y muerto, tal que el
gato cuántico de Schrödinger.
El régimen ha caído y “aunque derribado, aún no ha pedido perdón por
nada de lo que había hecho”. Kadaré no puede ser ajeno a que en la
novela se ha estado refiriendo a algo catalogado como crímenes contra la humanidad, que detrás de la ficción hay unos
nombres, unos sucesos, unas víctimas y unos muertos. Tal vez, por ello, elija
un final sorprendente para lo que hasta el momento han sido las novelas de
Kadaré, pero ciertamente acorde con algunas ideas de la novela quántica. El escultor Pirro Gjermeni, coincidente con el
entierro del asesinado Lul Mazreku –o al menos eso parece que ocurre– dará fin,
en otro acto más de serendipia, a la
lápida conmemorativa de los muertos a manos del régimen en el intento de abandonar
Albania cruzando la frontera. Kadaré termina la novela consignando el nombre de
todos ellos. La función de nombrar a los muertos para, así, repararlos, es muy
similar a la que cumple el personaje de Joshepine en la obra de teatro Litoral (1999) de Wadji Mouamad: en
ella, la mujer arrastra la carga de enormes listines telefónicos con los
nombres de familias enteras que han desaparecido por la guerra, masacradas, y
que si no los memorizara nadie los recordaría jamás (y una vez memorizados
consigue deshacerse de los listines arrojándolos al fondo de un mar
extraordinariamente metafórico en el contexto de la obra). De aquí la
importancia que tiene para Kadaré repetir estos nombres: mentarlos ya es un
cierto tipo de salvación.
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