En La provocación serán dos los
enigmas que se planteen en la narración breve: el destino del sargento Fed
Kosturi y por ende, el de toda su dotación estacionada en el paso fronterizo
incomunicado por la nieve, con el enemigo amenazante a escasos metros, y la
suerte que correrá la muchacha herida que las tropas enemigas habían llevado
una noche para divertirse con ella. Tras una lectura recta, sin dificultades ni
requiebros sinuosos, simplemente con unas gotas de suspense y un par de
situaciones de tensión, el desenlace se desencadena de la forma más funesta
posible, dejando una amargura e inquietud en el lector que, en esta ocasión, no
es producto de un horizonte de
expectativas insatisfecho o de alguna duda que le haya sugerido la lectura,
duda sin aclarar, sino de haber asistido a una lectura áspera, dura,
ciertamente inhumana.
La novela breve
arranca sumida en la nieve, que todo lo anegará y ahogará, para en ningún
momento abandonar la presencia en la narración. Así, en el segundo párrafo, el
sargento Fred Kosturi ya se queja de que “la nieve me cegaba”, y el marcador
temporal ubica, rápidamente, la historia en la Navidad. Un incipit en el corazón de lo más invernal. Y como colofón a la
primera sección de la narración, se desencadena la nevada, y los términos
relacionados con ese fenómeno climatológico son abundantes y están más
presentes que en cualquier otra obra de Kadaré. Esta nieve tiene un componente
mortal, teñida de cierto halo de maldad: “Añorábamos igualmente el resto de los
colores, hasta tal punto que todo lo malo que nos había pasado en la vida se
nos antojaba blanco y frío, y al revés, todo lo bueno, negro y cálido” (42).
La presencia de
la nieve en el puesto fronterizo se ha convertido en algo desasosegante para
los nervios: “el crujido de la nieve bajo mis botas; un crujido molesto, chirriante
y monótono” (47), que en cierto modo
anticipa la catástrofe que se avecina sobre los integrantes del retén de
guardia. Esta relación catastrófica, asfixiante, con
tintes claustrofóbicos, me lleva a colocar, en algunos aspectos, y de forma
notable por contraposición climática, a La Provocación, con un relato
con el que he encontrado líneas comunes, aunque se desarrolle bajo un durísimo
clima selvático y africano: El Simún de Horacio Quiroga. Entre las
situaciones narrativas de ambos textos, la indefensión del retén ante las
extremas condiciones del clima y de la naturaleza, que propician
comportamientos psicóticos y esquizoides, pueden equiparar el cerco de la
nevada al cerco que, en el Sahara, establece la tormenta de arena. El “crujido
de la nieve bajo mis botas; un crujido molesto, chirriante, monótono” que se
deriva de la tormenta invernal se equipara al “mascar constantemente arena,
sobre todo cuando se está rabioso…”, de El Simún.
Notablemente,
cabe señalar que en una narración como La
provocación, atravesada de principio a fin por la presencia de la nieve, y
una vez que se ha producido su desenlace –la masacre que ha
terminado con la vida de todos los integrantes del puesto fronterizo–, no será la
nieve quien tendrá la última palabra, sino que Kadaré le cederá el protagonismo
a otro elemento climatológico que compondrá un cuadro, en este caso, de mucha
mayor carga dramática que las nevadas, como es el viento. Así, antes de
terminar el relato, se nos presenta un apunte sobre el clima y su acción junto
a los soldados muertos, como una forma de recalcar el poder de la climatología
en el drama: “Una corriente de aire soplaba, desde ambos lados del pasillo,
sobre los muertos” (2014b: 53). No es necesario añadir, ya, ni una palabra más
sobre la nieve, que tan presente ha estado mientras vivían. Ahora que todos han
muerto, es el tiempo del viento.
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