En La lectura de Hamlet, un relato
de apenas diez páginas, el lector se reencuentra con una de las voces
narrativas más amables y más celebradas que haya construido Kadaré: la del niño
de Crónica de piedra, que también aparece
contando la historia de Cuestión de
locura. Por tercera vez, el
autor resucita esta voz para establecer una peculiar lectura de la llegada del
comunismo a Albania, una visión desde el punto de vista de un niño que comparte
ciertas similitudes con el Kadaré de la infancia, en especial en su amor por
los libros y en su devoción por Shakespeare, en concreto por Hamlet, una
circunstancia que lo enlaza directamente con la voz de Crónica de piedra.
El texto
refleja la lucha contra el mundo de las sombras y de los fantasmas, ese mundo
oculto que todo niño teme, mezclado con el comunismo incipiente y atemorizador,
y cómo podría conjurarse todo ello gracias al poder de la literatura. La
literatura, si se sabe convocar
oportunamente, posee una gran carga irónica, algo que favorece una lectura
afable y desprovista de los habituales códigos complejos del autor albanés.
Posee el relato un excipit que despierta la
curiosidad en el estudioso kadariano. Si bien la narración se ubica, de forma
temporal, durante la primavera en que Albania se convirtió en República
comunista, no podemos encontrar ninguna referencia a un tiempo climatológico en
el texto, salvo un detalle apuntado en las líneas finales, que mezclan el clima
externo meteorológico, con cierto clima
interno futuro que anuncia la congelación a la que el país se verá sometido.
Dicho excipit son dos
líneas que aparecen como la rúbrica a un texto que, aún cargado de ironía,
crítica y doble sentido, había resultado ciertamente amable al articularse en
la voz narradora del niño/Kadaré protagonista de Crónica de piedra y de Cuestión
de locura. Sin embargo, ahora, poco antes de que el muchacho se duerma
arropado por el poder que les presupone a Shakespeare y a Hamlet a la hora de
conjurar fantasmas y brujas, incluso demonios –tal vez unos fantasmas y brujas
y demonios que no sean los de los cuentos infantiles, sino los del comunismo[1],
y ante los que, evidentemente, el vate de Stratford no tendrá esos poderes que
el niño le atribuye–, el texto deposita un poso de malestar en la lectura:
“Entre tanto, los cielo límpidos se
desplegaban y sucedían renovados. Mi mente me iba acercando al Polo Norte
cuando el sueño, el más dulce que había tenido jamás, me envolvió por completo”
(2014b: 67).
En efecto, son esos cielos límpidos y renovados de la
República comunista de Albania los que deberían tranquilizarnos..., pero la
falsa estampa de placidez, junto al sueño del niño, dulce, ya alberga, en ese
desplazamiento hacia el Polo Norte, la congelación atroz que todo el país estaba
a punto de sufrir y, por ende, el muchacho y el propio Kadaré.
[1] Las brujas y los fantasmas de los cuentos infantiles aparecen en contraposición a las sombras que propagaba el
comunismo: “En cuanto a las sombras, si bien la radio no cesaba de denigrarlas
día y noche, llegando a calificarlas de engendros del fascismo, de
Norteamérica y de Israel, estas no daban señal alguna de retroceso” (2014b: 59).
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