Crónica
de piedra,
sexta novela del albanés Ismaíl Kadaré (publicada en 1971), es una obra
que ya de por sí merecería toda una
tesis doctoral en exclusiva, de tan variada, enriquecedora y brillante como
resulta para el lector. Además, aporta algunas novedades estilísticas
fundamentales en el universo literario de Kadaré: es uno de los escasos textos
biográficos de su autor. Lo que conlleva unas descripciones teñidas de cierta
melancolía y un lirismo hasta el momento casi inédito en una forma de escribir
dura, tensa y, a veces, hasta desabrida.
En efecto, lo que sucede en la ciudad de piedra, que no es otra que
Gjirokastër, el lugar de nacimiento del propio Kadaré y del tirano que ensombreció
Albania, Enver Hoxha, lo que establece una relación entre escritor y
politicastro que muchas veces coincidirán o colisionaran polémicamente, aunque
eso es otro asunto; lo que sucede en la pétrea Gjirokastër pasa por el tamiz de
un chico, de un niño de tal vez ocho años –el propio Kadaré nació en el 36 y
los sucesos de la novela se mueven sobre el 43 y el 44- y será esa visión
repleta de imaginación desbordante la que dote de un sesgo nuevo a la narrativa
de Kadaré, que es ya de lo poco que podría faltarle –si es que le faltaba-
dentro de su innegable brillantez.
Desde la visión peculiar y particular del
muchacho anonadado que reinterpreta los sucesos de la Segunda Guerra Mundial a
su manera, o a la manera de su pequeño mundo, asistimos a un recital
descriptivo (ahora que tantos autores y teóricos se empeñan en que las
descripciones se han pasado de moda en la literatura, que aburren al lector),
un manual de cómo se debe describir hechizando al lector –algo que yo sólo
recuerdo en Clarín, Winkler y Sebald-, dejándolo totalmente perplejo con el
despliegue de metáforas y símiles a cual más impactante.
La ciudad, una olla inmersa en los intereses
de las potencias bélicas, pasa una y otra vez de las manos italianas a las
griegas, hasta que, al fin, cae en la de los nazis que invaden Albania. El auge
de los guerrilleros partisanos, la preponderancia del PC, las supercherías
locales, la emergente figura de Hoxha, los bombardeos, los refugios, las
bodegas, los primeros amores, el deslumbrante descubrimiento de los libros y la
lectura… sucesos todos ellos que se van desgranando para conformar un mosaico
colorido en una novela narrada en la primera persona del chaval (con algunos
insertos de la Crónica y los avisos
locales) que sin embargo resulta un texto casi coral y en donde la verdadera
protagonista es la ciudad de Gjirokastër en todo su esplendor y rareza
arquitectónica.
El estilo de Kadaré, duro y tenso, se
desgarra continuamente con pinceladas de un lirismo inocente, y aunque muchos
de los acontecimientos descritos son duros, quedan extrañamente, y
dolorosamente, dulcificados, a los ojos del niño que los presencia. Además, y
es otra de las claves de la importancia del texto, aquí se topa Kadaré con gran
parte del que será el imaginario que desplegará a posteriori: los firmanes, la
obsesión por la ceguera, las novelas del ciclo de la Guerra Mundial, la
guerrilla y los guerrilleros, las cabezas cortadas y puestas en sal, los nichos
de la vergüenza, los problemas del poder totalitario, la distopía comunista,
los aedos, los poetas ciegos, tantos y tantos otros motivos brotan con fuerza
en párrafos que después darán lugar a novelas inolvidables.
De esta manera, Crónica de piedra, junto con El
palacio de los sueños y tal vez Abril
quebrado, se me antoja una de las mayores obras maestras de Kadaré, crucial
a la hora de poder entender su narrativa. Es imprescindible para poder penetrar
en el mundo pétreo de tradiciones y miedos, de héroes y villanos, de las
múltiples Albanias de Ismaíl: una lectura placentera de una prosa fina y
delicada, que describe una ciudad que cobra vida bajo su texto hasta
convertirse la novela en el mayor monumento posible a Gjirokastër y a la
literatura de grandísima calidad.
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