Novela de largo aliento, de largo
recorrido, un recorrido de 522 páginas fascinantes, El concierto tal vez
sea la obra maestra de Kadaré, por lo que nos cuenta (la ruptura de relaciones
entre China y Albania en 1978, catorce años después del traumático cisma con la
URSS), por cómo nos lo cuenta (con una estructura circular, plena de
personajes, en clave coral, con varias novelas cortas intercaladas) y por
quienes nos lo cuentan (los propios personajes históricos como Mao, Hoxha, Lin
Biao, y los anónimos, quienes reflejan esa vida cotidiana durante el comunismo
que ya era la columna vertebral de El gran invierno).
Quizás, El concierto deba entenderse
dentro del trabajo de Kadaré como una segunda parte o una continuación de El
gran invierno. Algunos personajes son comunes a las dos novelas, y se
retoman sus vidas tras los años pasados entre la ruptura con la URSS y la
quiebra con China. Ambos textos componen, así, un díptico monumental sobre la
intrahistoria que soportaron los albaneses, pero El concierto se muestra
más profunda, inquisitiva, observadora, cautivadora, que El gran
invierno. Si aquella podía considerarse como una capilla Sixtina del
comunismo, esta sería toda una Ciudad del Vaticano, hirviente de
personajes, por centenas, y de tramas entrelazadas. Y juntas, ambas novelas,
conforman uno de los documentos más demoledores sobre los sufrimientos de los
ciudadanos bajo las tiranías, así como un estudio de la psicología de los
dictadores y de toda esa maldad que parece inherente al ser humano y asociada
al poder.
El concierto es una novela mayúscula. Repleta de simbología, las cosas no quieren
decir lo que parecen. Un traje azul de funcionario, un teléfono, un limonero,
un cartel de neón, unos fuegos artificiales, sirven para que el autor ahonde,
una y otra vez, en las raíces y los sufrimientos de quienes se han visto
obligados a soportar las conductas mesiánicas de sus gobernantes. En ese
sentido, si por El gran invierno algunas voces se alzaron poniendo en
duda, molestas, por los retratos humanos que de Hoxha o Jruschev elaboraba
Kadaré (sólo hay que leer entre líneas para ser consciente de lo demoledores
que resultan), en El concierto no existe ni un solo resquicio a la duda:
Mao es un recital de iniquidades, y los ministros y adláteres, conmilitones y chupatintas,
tanto chinos como albaneses, que acompañan a los tiranos, aparecen
representados como unos miserables criminales, cuando no son asesinos.
Mucho hay que decir de esta novela que,
como una corriente marítima, guía al lector con una lectura de seda por sucesos
que muy bien podrían resultarle lejanos y poco atractivos (su localismo era,
tal vez, un problema para el lector medio de El gran invierno). Sin
embargo, Kadaré hace atractivas las reuniones de comités, las sesiones de
autocrítica y las reflexiones del propio Mao o de Hoxha. Se eleva de las
páginas un mundo fascinante que se contiene a sí mismo y que contiene otros
muchos.
Parte de culpa de ello, de esos mundos que
se contienen en el texto, la tienen las narraciones insertadas (hasta cinco) a
modo de –paradójicamente- cajas chinas. Una de ellas aporta una nueva reflexión
de poder y el crimen con la reescritura de los sucesos de Macbeth y el
asesinato del rey Duncan, otra es el prototexto de la futura novela Spiritus,
un afortunadísimo ensayo general de la misma… y también hay algo de El
expediente H.
El concierto es, así, también, cigoto de otros libros de Kadaré, quizás de algunos
de los más brillantes, como si esta novela fuera principio o big-bang
literario, destinada a conformar toda una constelación de futuros textos.
A retazos, pero siempre siguiendo la línea
argumental general, con insertos de documentos oficiales, de conversaciones, de
escuchas, de actas, de informes, de pensamientos de los propios líderes, se
erige la estructura de El concierto, cuya lectura, una vez finalizada,
provoca ganas de gritar la vieja consigna de Skanderbeg: la hora da Albania
ha sonado.
En efecto, es la hora de la novela
albanesa.
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