domingo, 6 de octubre de 2013

Spiritus. Novela con caos, revelación y vestigios.



Spiritus. Novela con caos, revelación y vestigios es el punto central y de inflexión de la novelística de Ismaíl Kadaré, así como una de sus novelas más complejas, si no la más compleja, en cuanto a estructura y ambiciones literarias.

Siempre me ha gustado mucho este libro, quizás ha sido de mis textos favoritos de Kadaré, y en esta nueva lectura que acabo de realizar, dejándome ahora arrastrar por una crítica impresionista, no puedo más que ratificarme en lo anteriormente afirmado y concretar que, Spiritus, tal vez sea la pieza clave de todo un universo narrativo que confluye y coincide, se comprime en estas páginas, se aprieta y condensa para estallar convertido en una novela que es el pilar fundamental sobre el que rota toda la obra anterior y posterior de su autor. Lo escrito por Kadaré desemboca en este trabajo y, desde aquí, parte lo que le resta por novelar.

A Kadaré, en este libro, le revienta un absceso narrativo que le venía supurando novela a novela desde tiempo atrás. De esta manera, la novela Spiritus, como ya he referido en anteriores entradas de esta bitácora, germina en el interior de la obra El concierto, como principio o borrador de una novela del escritor Skender Bermema –personaje inventado por Kadaré que muchos estudiosos aseguran que es una suerte de alter ego-. Allí, en El concierto, el proyecto de narración es producto de un ambiente agobiante vivido en China, de las horas de aislamiento e incomunicación en una habitación de hotel, del régimen opresivo de Mao y de la hostilidad y aspereza de la propia representación de la embajada política que integra Skender Bermema. Mitad suceso real, mitad chismorreo, mitad historia de fantasmas, el autor se hace eco de un grupo espiritista que operaba en China, de cómo estaban siendo espiados por la policía mediante escuchas secretas y de los escalofriantes sucesos que ocurren con la repentina y accidental muerte de uno de ellos. Será el proto-relato o la protohistoria titulada Sesión de espiritismo en la ciudad de N., la que dará lugar a la extensa Spiritus.

Muchas de las historias que conforman Spiritus ya estaban apuntadas o atisbadas en otras novelas de Kadaré. Encontramos retazos en la ya comentada El concierto, pero también en El expediente H., personajes afines en El gran invierno y reflexiones kadareanas sobre la interpretación de las leyendas medievales, las baladas, los aedos, y la construcción de las historias y de la propia Historia –con mayúsculas- que han sido vertidas en su ensayo sobre Esquilo, en El año negro, en El puente de los tres arcos… Cumpliendo Spiritus con esa función receptiva, de recipiente o receptáculo, de agujero negro literario que comprimirá toda la poética y el imaginario de su autor para, desde aquí, expandirse en una pléyade de nuevas obras.


Así, tras la implosión que genera Spiritus, bien nutrida de las obras, mitos y obsesiones anteriores (la ceguera de El firmán de la ceguera, el poder y el culto al poder de La pirámide, la traición política y el castigo de El nicho de la vergüenza, el sacrificio de la hija del sucesor de La hija de Agamenón, por ejemplo, o la exhumación de los muertos ya planteada en El general del ejército muerto), llega el momento de la explosión, es la hora de que, desde el texto de Spiritus, se generen las obras nuevas de Ismaíl Kadaré. Desde esta zona cero de su literatura arrancarán Vida, representación y muerte de Lul Mazreku, quizás la que mantendrá una mayor relación obsesiva y cosmogónica más directa, y otras como El accidente, El sucesor o Requiem por Linda B., todas ellas inundadas por esa leche proteica que se desmenuza desde Spiritus y empapa cada una de las nuevas páginas de las siguientes novelas de Kadaré.

El tapiz narrativo que Kadaré ha ido tejiendo con sus propios miedos, alimentándose de leyendas, de mitos populares, su imaginario, se ha reconcentrado en Spiritus, figura central de su literatura, núcleo reconcentrado de su creación desde donde su obra encuentra ahora, regenerada tras este ejercicio de expiación, un impulso nuevo para catapultarse hacia adelante, pero sin llegar a abandonar del todo los círculos concéntricos que desencadenaron Spiritus, aunque sí, tal vez, iniciándose desde aquí un movimiento de desaceleración literaria del que La cena equivocada tal vez sea uno de los mejores ejemplos. Da la sensación de que Kadaré es uno antes de Spiritus y, otro escritor evolucionado, y en cierto modo distinto, tras la obra. Fundamentalmente, eso se aprecia, desde este momento, en el gusto por las construcciones ficcionales complejas, al estilo de El accidente, por ejemplo.

En efecto, la estructura, la composición de Spiritus, resulta una de sus principales características, y tiene mucha culpa de que la novela sea ese producto final brillante pero aterrador, delicioso pero incómodo, denso a la par que fluido, inquietante y reflexivo. Spiritus está escrita en tres tiempos, soportada en tres partes con tres voces, tres partes que se asemejan a una construcción sinfónica o musical.

Así, el primer movimiento, Caos, tendría similitud con una obertura al estilo del Don Giovanni de Mozart, con esas notas siniestras que siembran en el ánimo el pavor de algo tenebroso e indescifrable, inadmisible e inaguantable para el ser humano. No en vano, saco a colación aquí esa obertura mozartiana teñida de ese toque siniestro que una y otra vez relaciona la obra entera entre sí gracias al leit motiv de la estatua del comendador y de la llamada “cena con el difunto”, una tradición fantasmagórica de la que se hace eco Kadaré casi ya en el desenlace de Spiritus, recreando su propia cena, no con un difunto, pero si con una especie de “estatua del comendador” a la manera balcánica –por así decirlo-, en la tradición demoniaca del doppelgänger más aterrador.

Esta obertura, Caos, es una acumulación de sucesos disparatados o sin sentido, que acercan como nunca antes a su autor al universo kafkiano. Desde El palacio de los sueños, Kadaré no había entablado un dialogo tan intenso y directo con Kafka. En este primer movimiento, los sucesos inexplicables que se presentan como por aplastamiento ante un equipo de investigaciones de fenómenos paranormales arribado a Albania, la Albania postcomunista, están tintados de un toque absurdo, como irreal, quizás por eso mismo, porque el comunismo ha caído –el caos vino con la quiebra del sistema político- y solamente sin él se puede destapar todo aquello que ocurrió cuando era impensable que sucediera algo así bajo unas circunstancias impensables.  

Las notas crispadas e histéricas de esta obertura cósmica del caos traen un complejo compendio de sucesos imposibles: una sesión de espiritismo en el corazón del imperio comunista, la captura de un espíritu delator, la confesión arrancada a un muerto tres años después de su trágico final, una maldición que reseca las manos y la lengua del maldecido, una cárcel en donde quienes fallecen antes de cumplir su pena acaban sus condenas retenidos en las tumbas -y aún una vez enterrados todavía les puede aumentar la pena en función de expedientes retroactivos-; torturas y declaraciones arrancadas a las ánimas errantes mediante suplicios…, la extraña desazón y ansiedad que provoca en las gentes la autorización y luego la posterior y arbitraria prohibición, la cancelación de una representación de la obra de teatro de La gaviota de Chejov, un idioma nacido en el subsuelo que se desintegra y se convierte en balbuceos, y numerosos aconteceres tiznados de burocracia, amparados por el misterio del aparato estatal que convierten al lector en un remedo del atónito Josef K. de El proceso.

Tras el disparate ininteligible que se eleva como una densa humareda sobre las ruinas de la escombrera comunista, llega el segundo movimiento: Revelacion. Es una especie de adagio, tranquilo y contenido, como represado, un largo flash back en donde los sucesos van iluminando el caos anterior y ofreciendo una serie de complejísimas ramificaciones, meandros en donde el protagonista absoluto (que lo será de toda la novela) es Arian Vogli, uno de esos personajes kadarianos inolvidables, a la altura del funcionario Mark-Alem de El palacio de los sueños o del atormentado Gjorg Berisha de Abril quebrado. Arian Vogli, jefecillo local de la sigurimi de la ciudad de B. será el encargado de conducir una investigación con escuchas a sus conciudadanos mediante la instalación de unos modernos micrófonos suministrados por la China de Mao.


Revelación destapa las sesiones de espiritismo, muestra a los creyentes de lo ultraterreno en el país de la miseria espiritual comunista, también airea una relación amorosa y tortuosa con el sexo como una “vía de escape” al totalitarismo, así como las tensiones y los equilibrios del poder, y presenta a un Gran Lider que se ha quedado ciego y que cada vez se mantiene más aislado de la realidad, obsesionado con la muerte y con dejar tras de sí un legado de sangre en el día de su cumpleaños (luego, el surtido de regalos de cumpleaños para el Líder alcanzará más allá de lo kafkiano y absurdo, se mostrará como una aberración surrealista).

El adagio termina bruscamente con un remedo de la donjuanesca y ya comentada escena de la “cena del difunto”, en donde Arian Vogli interpretará el papel del condenado, en el inicio de la metamorfosis que lo llevará a integrarse en el seno de la leyenda de Spiritus, siendo denominado desde entonces como Diablo.

El tercer movimiento, el capítulo final del libro, es Vestigios, un rápido rondó que presenta las historias, las baladas, los sucesos de los que se alimentan los acontecimientos, leyendas capaces de inflamarse, de hincharse, de encogerse, de retrotraerse según el paso de los años, en función del viento de los tiempos. Tras toda la revelación de la historia, ahora cabe preguntarse cuál es la verdad, ya que otras historias, tan verídicas como la primera, pueden encajar también.

Al mejor estilo de una paradoja kafkiana, el doble del Líder en un momento dado será Líder mientras el Hoxha original ejerza de copia, es decir, el Líder interpretará a su doble, y de igual forma, la historia original se deturpará en variantes de la misma historia, hasta verterse en baladas y filtrarse en el conocimiento popular que fijará unos elementos, dándoles vida, y eliminando otros, dándoles la muerte de las palabras.

No en vano, este tercer movimiento se titula Vestigios, es decir, son los restos, pequeñas señales de lo que ha quedado, heces de algo que ha sucedido, que ya ha pasado, y que apenas nos ha dejado un recuerdo brumoso y manoseado, alterado por múltiples voces y versiones que reposan sobre escrituras populares.

El elemento de lo absurdo alcanza su punto máximo coincidiendo con los últimos acordes de la sinfonía: a Shpend Guraziu, el personaje atrapado ya una vez cadáver y confesado por la sigurimi  en el más allá, y bautizado por la leyenda como Spiritus -en contraposición a Arian Vogli, el Diablo- le aparecerá un hijo póstumo. Y, como si el propio Kafka lo hubiera planeado, serán las agencias de turismo albanesas quienes exploten todo el asunto, incluyendo la balada como un reclamo comercial en los tiempos de voraz competencia neo-capitalista. Hasta unos versos del canto de Spiritus son reproducidos en los folletos publicitarios de las empresas, ávidas de captar viajeros.

Movimiento primero, Caos: algunos críticos relacionan una corriente de escritura de Kadaré con ciertas formas afines al checo Milan Kundera. Desde luego, yo no lo veo así. Los personajes de Kundera son infinitamente más planos y estereotipados, quizás tengan su salvedad en La insoportable levedad del ser y, por ello, esa novela signifique lo que significa en la producción de Kundera. Inevitablemente, por obsesiones, imaginario, quincallería e iconografía, el Ismaíl Kadaré de Spiritus entabla una conversación directa con Franz Kafka, se trasporta por un pasadizo que convierte a sus personajes, incluso al miserable retrato que hace de Enver Hoxha, en todos los Josef K., en todos los Agrimensores K., incluso en una suerte de Gregorio Samsa, presos del comunismo y rehenes del sistema que los aplasta sin explicación.

Movimiento segundo, Revelación: El universo de Kadaré se ha comprimido en la broma, en la burla metaliteraria. El propio Skender Bermema reconoce, al final de la novela, que estos sucesos ya los había escrito él durante su estancia en China, que era algo ocurrido en China, nunca en Albania… ¿O era en Albania y decidió ubicarlo en China para burlar la censura al estilo de las maniobras realizadas por el mismo Kadaré que ubicó algunas de sus novelas en la llamada noche otomana para despistar a los censores y evitarse riesgos? Todo esto no es más que un complejo juego de dobles; la historia de Spiritus ya contenida anteriormente en otra novela, los dos escritores situados en planos diferentes (Kadaré y Skender Bermema), el Líder Hoxha confundido con el actor que hace de su doble, Arian Vogli mutado en Diablo, y la propia historia transformada en leyenda para que, después, tanta sangre y sufrimiento, opresión, torturas y muerte, sean remozadas en una maniobra turística de reclamo comercial.

Movimiento tercero y último, Vestigios: argumentalmente, el asunto sería bien simple. Un hombre transporta en sus vestidos un micrófono-grabadora instalado ahí por la sigurimi, porque les resulta sospechoso ya que ejerce de intérprete para una delegación francesa que visita Albania. El micrófono, un príncipe -sobre la denominación de los ingenios, unas veces como grillos y otras como príncipes, en función de su complejidad, y sobre el vocabulario totalitario y las reflexiones que Kadaré concluye sobre el mismo, remitiré a mi futuro epígrafe en mi tesis doctoral- se queda en el cuerpo del hombre cuando fallece súbitamente en un trágico accidente, y por ello es enterrado con él. Al exhumarlo para recuperar las grabaciones, tres años después, quedan al descubierto y caen apresados los integrantes del grupo espiritista. Y esta es la historia, se trata de una delación post mortem gracias a unas escuchas extraídas de la tumba. Todo lo demás es pura imaginería, barroquismo comunista, ejercicio literario, maestría narrativa.

Spiritus necesita aún de una suerte de lector-Arian Vogli que, con su lectura, la exhume de los años que lleva soterrada, la ponga a hablar y, de esa manera, la reivindique para el mundo de los libros.

Novela proteica, novela-pilar, novela-bisagra, novela central, novela-proteína, llámese como se desee a Spiritus, no cabe duda de que su nombre no podría, en ningún caso, resultar más acertado: Spiritus alberga y condensa el verdadero espíritu de la narrativa de su autor, con todos sus tics, con sus referentes, sus obsesiones y sus miedos, en una compresión de ese imaginario que ha llevado a Kadaré a ser un eterno candidato al premio Nobel de literatura. Por tanto, la novela, verdadero trampaespíritus de la esencia literaria de su autor, no puede ser sino uno de los monumentos de la literatura del último cambio de siglo y una pieza fundamental para la narrativa de nuestro tiempo.

Y toda su grandeza radica en que además, y con esto me refiero a la recepción por parte de crítica y de público, parece que no ha resultado nada sencillo entender lo que representa, enmarcarla con justeza en la producción novelística de fin de siglo, y darle el valor monumental que merece, colocada junto a, por ejemplo, el Austerlitz de Sebald, como uno de esos gozosos y contados textos llamados a marcar una época.



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