miércoles, 25 de septiembre de 2013

El año negro



El año negro es el año de 1913. El año del cometa, del Halley, por supuesto, ese que traía, para sus contemporáneos, miedo y destrucción y malos presagios celestes y, que para Albania, trajo su independencia y, como país ubicado en una zona balcánica y estratégica, la pugna de varias potencias por aquel territorio. El año negro relata esta lucha de todos contra todos, de las cuadrillas guerrilleras nacionalistas conformadas por patriotas y de los numerosos ejércitos internacionales que deambulaban asolando el país.

En aquella protoalbania del siglo XX, reinaba el caos político: los ejércitos austríaco, francés, montenegrino, el serbio, el tierno ejército albanés mandado por oficiales holandeses, así como diferentes bandas de guerrilleros, algunas facciones de grupúsculos musulmanes, se mezclaban en razzias, asaltos y breves combates, refriegas mortales y no exentas de crueldad y odio. El año negro narra, no sin cierto humor macabro que produce estupefacción durante la lectura de la obra, la constitución, peripecias, enfrentamientos militares y destrucción final, de una partida o cuadrilla de guerrilleros nacionales más conocida como los mokranos por su líder Doskë el Mokrano-.

La partida, que originalmente se forma como por broma, malentendido o accidente en una tasca, o mejor dicho, a la salida de ella, acabará, por un proceso que ya viene siendo vieja obsesión de Kadaré –la de la génesis de los mitos populares y las canciones- integrada en el imaginario del pueblo, al cristalizar en una balada que recogerá parte de los combates y refriegas de los mokranos, así como el final de sus miembros. Kadaré va confrontando estos hechos que podríamos calificar como de literarios con las ideas sentenciosas al respecto que habían concluido los libros de historia, es decir, con las ideas de la realidad que se hicieron los historiadores.

Se da, entonces, una contraposición entre la construcción de la historia literaria y la Historia propiamente dicha. Se confronta la verdad de las baladas, la forma en que los sucesos y sus protagonistas pasan de ser humanos a calcarse de forma indeleble en el imaginario popular que canta sus andanzas, con las otras fuentes, quizás más fiables, de la Historia y sus historiadores. Los protagonistas de los sucesos nunca se enterarían de las interpretaciones históricas de los sucesos que protagonizaron dado que, no en vano “en el momento en que se escribían los memoriales y se investigaba en los archivos, hacía años que ellos se pudrían bajo tierra”, nos advierte Kadaré.

¿Opera la Historia de espaldas a la realidad? ¿Son los historiadores, con su búsqueda de la exactitud, los creadores de las crónicas más inexactas de todas? ¿Radica la verdad en las baladas, y de ellas sólo hay que saber cribar los componentes mitológicos, de la tradición y  arraigo popular, para poder extraer una verdad histórica más cercana, clara, certera?

Diríase que El año negro, aunque narra todos esos acontecimientos geopolíticos, estratégicos y militares, fundamentalmente se centra en cómo esos hombres, los mokranos, por una extraña ósmosis, pasaron de un estado de carne y hueso a imprimirse en papel, a conformar parte del mundo literario baladista, desafiando así todo acontecimiento, toda historia y toda verdad. En el prólogo a la edición de Alianza Editorial, el traductor Ramón Sánchez Lizarralde asegura que esta obra pertenece al “periodo monárquico” de su autor, según la periodización establecida por Eric Fayé. Carezco de mayor información al respecto, supongo que esa catalogación de los periodos de Kadaré por Fayé aparecerá en su libro de 1991, Prométhée porte-feu, al que lamentablemente no tengo acceso de momento. Agradecería cualquier información al respecto de esta periodización.

 Aún cabe fijar la atención en una pequeña historia que se filtra dentro de la historia general de El año negro, y es la del príncipe alemán Guillermo Federico de Wied, finalmente elegido para gobernar el país, impuesto por intereses de las potencias más poderosas. El príncipe, algo azorado por la lejanía y desconexión completas con el territorio que le ha tocado, piensa en la posibilidad de hacerse la circuncisión como manera de contentar y conectar con los súbditos. Esta crónica de embajadas y embajadores, contrapuesta a la marcha campesina de guerrillas de los mokranos aparece en las voces de distintos embajadores y de la propia mujer, la princesa Sofía, aportando una visión distinta del conflicto, la de las cancillerías, no menos sucia que las embarradas acciones militares.

Kadaré mezcla, de esa forma, una cadena de sucesos históricos que van virando a lo simbólico, todo ello aderezado de algunos de los que son los grandes temas literarios que vienen caracterizando la obra del autor: el concepto de Albania, las baladas y su cristalización, la forma en que los sucesos se trasvasan en acontecimientos míticos, los aedos y rapsodas ambulantes, el destino de los albaneses, las cuestiones balcánicas, la infamia de los comportamientos políticos y la guerra. Escrito en el año del fallecimiento de Enver Hoxha, también nos vale este Año negro como una reflexión del caos y la desintegración de un país, y la incertidumbre del futuro que le esperaba a Albania.

Todo ello, pasado por un tamiz de oscuridad, en un soporte de humor negro chirriante, que deja un sabor en la boca y en las narices, tras la lectura, como a pez, y en el corazón cierta angustia inexplicable al estilo de esa mezcla de añoranza, memoria remota y tristeza mítica evocadora que nos rebosa cuando escuchamos o leemos algún cantar épico. 

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