El año negro es el año de 1913. El año del cometa, del Halley, por
supuesto, ese que traía, para sus contemporáneos, miedo y destrucción y malos
presagios celestes y, que para Albania, trajo su independencia y, como país
ubicado en una zona balcánica y estratégica, la pugna de varias potencias por
aquel territorio. El año negro relata esta lucha de todos contra todos, de las
cuadrillas guerrilleras nacionalistas conformadas por patriotas y de los
numerosos ejércitos internacionales que deambulaban asolando el país.
En aquella protoalbania del siglo XX, reinaba el caos político: los
ejércitos austríaco, francés, montenegrino, el serbio, el tierno ejército
albanés mandado por oficiales holandeses, así como diferentes bandas de
guerrilleros, algunas facciones de grupúsculos musulmanes, se mezclaban en razzias, asaltos y breves combates,
refriegas mortales y no exentas de crueldad y odio. El año negro narra, no sin cierto humor macabro que produce
estupefacción durante la lectura de la obra, la constitución, peripecias,
enfrentamientos militares y destrucción final, de una partida o cuadrilla de
guerrilleros nacionales más conocida como los
mokranos –por su líder Doskë el
Mokrano-.
La partida, que originalmente se forma como por broma, malentendido o
accidente en una tasca, o mejor dicho, a la salida de ella, acabará, por un
proceso que ya viene siendo vieja obsesión de Kadaré –la de la génesis de los
mitos populares y las canciones- integrada en el imaginario del pueblo, al
cristalizar en una balada que recogerá parte de los combates y refriegas de los
mokranos, así como el final de sus
miembros. Kadaré va confrontando estos hechos que podríamos calificar como de literarios con las ideas sentenciosas
al respecto que habían concluido los libros de historia, es decir, con las
ideas de la realidad que se hicieron los historiadores.
Se da, entonces, una contraposición entre la construcción de la
historia literaria y la Historia propiamente dicha. Se confronta la verdad de
las baladas, la forma en que los sucesos y sus protagonistas pasan de ser
humanos a calcarse de forma indeleble en el imaginario popular que canta sus
andanzas, con las otras fuentes, quizás
más fiables, de la Historia y sus historiadores. Los protagonistas de los
sucesos nunca se enterarían de las interpretaciones históricas de los sucesos
que protagonizaron dado que, no en vano “en el momento en que se escribían los
memoriales y se investigaba en los archivos, hacía años que ellos se pudrían
bajo tierra”, nos advierte Kadaré.
¿Opera la Historia de espaldas a la realidad? ¿Son los historiadores,
con su búsqueda de la exactitud, los creadores de las crónicas más inexactas de
todas? ¿Radica la verdad en las baladas, y de ellas sólo hay que saber cribar
los componentes mitológicos, de la tradición y arraigo popular, para poder extraer una verdad
histórica más cercana, clara, certera?
Diríase que El año negro,
aunque narra todos esos acontecimientos geopolíticos, estratégicos y militares,
fundamentalmente se centra en cómo esos hombres, los mokranos, por una extraña ósmosis, pasaron de un estado de carne y
hueso a imprimirse en papel, a conformar parte del mundo literario baladista,
desafiando así todo acontecimiento, toda historia y toda verdad. En el prólogo
a la edición de Alianza Editorial, el traductor Ramón Sánchez Lizarralde
asegura que esta obra pertenece al “periodo monárquico” de su autor, según la
periodización establecida por Eric Fayé. Carezco de mayor información al
respecto, supongo que esa catalogación de los periodos de Kadaré por Fayé aparecerá
en su libro de 1991, Prométhée porte-feu,
al que lamentablemente no tengo acceso de momento. Agradecería cualquier
información al respecto de esta periodización.
Aún cabe fijar la atención en
una pequeña historia que se filtra dentro de la historia general de El año negro, y es la del príncipe
alemán Guillermo Federico de Wied, finalmente elegido para gobernar el país,
impuesto por intereses de las potencias más poderosas. El príncipe, algo
azorado por la lejanía y desconexión completas con el territorio que le ha
tocado, piensa en la posibilidad de hacerse la circuncisión como manera de
contentar y conectar con los súbditos. Esta crónica de embajadas y embajadores,
contrapuesta a la marcha campesina de guerrillas de los mokranos aparece en las voces de distintos embajadores y de la
propia mujer, la princesa Sofía, aportando una visión distinta del conflicto,
la de las cancillerías, no menos sucia que las embarradas acciones militares.
Kadaré mezcla, de esa forma, una cadena de sucesos históricos que van
virando a lo simbólico, todo ello aderezado de algunos de los que son los
grandes temas literarios que vienen caracterizando la obra del autor: el
concepto de Albania, las baladas y su cristalización, la forma en que los
sucesos se trasvasan en acontecimientos míticos, los aedos y rapsodas
ambulantes, el destino de los albaneses, las cuestiones balcánicas, la infamia de
los comportamientos políticos y la guerra. Escrito en el año del fallecimiento
de Enver Hoxha, también nos vale este Año
negro como una reflexión del caos y la desintegración de un país, y la incertidumbre
del futuro que le esperaba a Albania.
Todo ello, pasado por un tamiz de oscuridad, en un soporte de humor
negro chirriante, que deja un sabor en la boca y en las narices, tras la
lectura, como a pez, y en el corazón cierta angustia inexplicable al estilo de
esa mezcla de añoranza, memoria remota y tristeza mítica evocadora que nos
rebosa cuando escuchamos o leemos algún cantar épico.
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