martes, 3 de septiembre de 2013

El nicho de la vergüenza



Venganza, poder, deseo, envidia y celos, se concatenan en este texto furioso, cruel, incómodo y que produce en el lector una fascinación hipnótica. El nicho de la vergüenza es el lugar, el epicentro de los caídos en desgracia del régimen, de aquellos que se han opuesto a la Sagrada Puerta y han salido derrotados, pagándolo con la vida. En el epicentro del Imperio, tal y como titula Kadaré el primer capítulo de esta novela épica de pasiones desatadas en torno al poder, en ese mismo centro, en su plaza más tumultuosa, se exhibe el nicho, donde se colocan las cabezas criminales: podrían ser asesinos, ladrones, calaña, pero en realidad es un hueco reservado a quienes osan oponerse al poder omnímodo y todopoderoso del Sultán.

El nicho y las cabezas que lo ocupan o que deberán ocuparlo, ofrecen a Kadaré toda una reflexión sobre el poder, más en concreto sobre eso que se denomina la erótica del poder, dado que ambos –nicho y cabezas- suscitan deseo, lubricidad, e inflaman la pasión de los hombres. En efecto, Abdulla, el guardián del nicho, el encargado de custodiar las cabezas de los emires y políticos caídos en desgracia y ejemplarmente castigados, expone a un camarero de un bar de la plaza sus problemas sexuales, relacionados íntimamente con el devenir del nicho: en su caso, provoca una castración. Sin embargo, en el mensajero que recoge en los confines del Imperio las cabezas de los derrocados, Tunxh Hata, se genera una catarsis sexual, una comunión carnal con las cabezas que transporta en un saco, conservadas en miel o en nieve –según la época del año-, alcanzado con ellas sueños eróticos y éxtasis acaballados entre lo místico y lo sexual.

En un confín del Imperio, tal y como lo denomina Kadaré, confín que no es otro que la Arbería, un bajá osó a revelarse contra la apisonadora del Estado. Estamos en el siglo XIX y el osado rebelde es Ali Baja de Tepelena, gobernador de la Albania meridional. Ha desafiado el poder del Sultán, buscando la independencia, y el castigo por ello será que su cabeza termine en el nicho, expuesta al oprobio público. Sin embargo, el primer enviado para cercar militarmente la región y rendir a Tepelena, fracasó, ocupando su lugar en el nicho, como deshonra y advertencia para futuros encargados de doblegar la insurrección del minúsculo y recóndito lugar del Imperio, comarca situada en la raya de la ignominia y que se atreve a desafiar a la Sagrada Puerta.

Con esas premisas y semejantes amenazas, no es de extrañar que el siguiente encargado de derrotar a Tepelena, se sienta preocupado por su propia seguridad, ya que de errar la misión su cabeza ocupará un lugar en el nicho. Por ello, dada la astucia y el poder militar del rival, urde una nueva estratagema amparada en la mentira y la traición. Hurshid Bajá hará creer a Tepelena que el Sultán ha emitido un edicto de perdón y, pillándolo sorprendido con esa argucia, acabará con su vida y podrá enviar la preciada cabeza del rebelde al nicho. Cumplido ese plan con éxito, pero victima de otras insidias, el propio Hurshid Bajá será acusado de desfalco en Albania, perdida la confianza del Sultán (que, tal vez, no necesitaba competidores tan exitosos y prestigiosos). El destino final de Hurshid será el de ocupar el mismo nicho que Tepelena, demostrándose lo similar que resulta el destino político de los hombres sumidos en el poder desmedido donde la cuestión acaba siendo cosa de un matiz: el lado del cual te encuentres en un momento determinado, momento que acabará marcando tu futuro de éxito o aniquilación.

El nicho de la vergüenza es una reflexión sobre la degradación del hombre ante las ambiciones del poder absoluto; de hecho, el final de la mayoría de los protagonistas del texto será servir de alimento a los propios engranajes políticos del Estado, que devora a sus servidores de una forma implacable. El Estado es un personaje propio en la novela, siempre presente, un pulpo que con sus tentáculos todo lo alcanza, hasta los lugares y esquinas más remotas del Imperio, que somete a sus comarcas, las sume en el silencio, las amordaza o enmudece con el Haram o política del Terror Extremo, o con la aplicación del Cra-Cra, política de desnacionalización que va eliminando el lenguaje hasta conseguir extensiones de tierra enmudecida, páramos de una especie de muertos en vida carentes de tradiciones, orígenes, lengua, alfabeto, cantos, ritos, es decir, identidad; identidad, uno de los problemas principales del estado moderno de Albania, y uno de los problemas claves que se tratan en la narrativa de Kadaré.

Estas leyes de política desnacionalizadora del Cra-Cra y del Haram muy bien se pueden colocar en paralelo con otras políticas tristemente celebres y que han tenido lugar en el siglo XX, como son la de los nazis con su administración del vertedero de razas denominado Gobierno General o la de Stalin con gran parte de las repúblicas que conformaban la URSS, y más en concreto con Ucrania, por ejemplo. Lo despiadado, la maldad de las políticas de ambos dirigentes y de sus cuerpos administrativos, de represión e inteligencia, todo el aparato puesto en marcha al servicio de la masacre, aparecen en una lectura de El nicho de la vergüenza que refleja en un Imperio, el Otomano, las futuras políticas genocidas que regirán el siglo XX.

En esta reflexión sobre el poder desmesurado y la denigración del hombre, lo que de verdad arrebata el aliento en su lectura, es el efecto en el comportamiento individualizado de los protagonistas, los estragos con lo que esta borrachera, delirio en otros casos se ceba en los personajes. Egoístas, hedonistas, excitados, alienados, insensibles e inhumanos: adjetivos, todos ellos, que definen cualquier tipo de poder político ejercido tiranamente, y a cualquier dictador conocido.

Afortunadamente, a todos ellos, les aguarda su nicho de vergüenza, ocuparan ese lugar en la historia. Y a todos ellos les aguarda su Némesis.

No hay comentarios:

Publicar un comentario