jueves, 26 de septiembre de 2013

El cortejo nupcial helado en la nieve



Ismaíl Kadaré traslada su acción desde la Tirana o el Gjirokaster de sus anteriores novelas, a la Pristina de los tiempos de la Yugoslavia post Tito, que se tambaleará internamente a causa de la brutal represión que el ejército llevará a acabó contra los manifestantes que, un primero de abril de 1981, pedían la república para la zona del Kósovo. Un cambio de escena literaria, en efecto, pero el novelista prosigue narrando lo que ha caracterizado la mayoría de su obra, el aspecto al que me he venido refiriendo en otras entradas de este blog: la vida cotidiana bajo el comunismo. Una vida que se ve marcada por el miedo, independientemente del país o de la circunstancia que se habite.

El texto, una denuncia sobre la limpieza étnica llevada a cabo por la ex Yugoslavia, una reivindicación del Kósovo, o una reflexión sobre la violencia, el compromiso, la traición y la imposibilidad de un entendimiento entre facciones irreconciliables (que de todo eso hay y todo ello podría ser materia de análisis largo y complejo), además, refleja cómo transcurre la vida de las personas bajo el peso del Estado totalitario, en este caso un Estado herido, dubitativo e inseguro, tambaleante, que se sabe llagado y que por ello redobla sus esfuerzos con crueldad para combatir contra todos los enemigos que lo acechan. Un Estado que arremete con mayor virulencia contra sus ciudadanos, sabedor de que es insostenible una merma en el sentimiento de poder percibido por la gente. Por ello, mayor represión, mayor terror. Mayor control de las masas.

Kadaré elige una estructura temporal acorde con la intención de mostrar la monotonía de esa vida comunista insertada en el corazón del terror. El libro narra las circunstancias de la doctora Shkreli, que ayuda a los manifestantes heridos por las represalias del ejército, sin detenerse a pensar en que, como albano-kosovares e independentistas, son enemigos del régimen yugoslavo. Al parecer, esta doctora se basa en la mujer del literato montenegrino Esad Mekuli, importantísimo poeta de la ex Yugoslavia y muy considerado por algunos críticos y estudiosos, como Robert Elsie, que lo tienen como una pieza fundamental de la poesía moderna albanesa. De hecho, la doctora Shkreli, en la novela, aparece casada con un profesor de literatura y también poeta aunque, en una relación que se nos muestra de los títulos de los que el profesor es autor, nos encontramos más cercanos a un trasunto del propio Kadaré que del mencionado Mekuli –incluso, además, en los apuntes biográficos con los que nos ilustra la novela-.

Guiños literarios aparte, la doctora y el profesor-poeta están inmersos en un devenir de pesadilla. La estructuración temporal del libro pretende mostrarnos de inmediato esa circunstancia. La acción transcurre en apenas cuatro días, de los cuales, el primero, nos es narrado minuciosamente. Son jornadas de tedio, de preocupación y de una angustia opresiva donde el Estado se esfuerza por inculcar en el individuo el sentimiento de culpa, o cuanto menos, sembrar las dudas y los remordimientos que sirvan como detonantes para un desenmascaramiento. Casi todos los capítulos incluyen en su título la palabra “día”, una forma de fijar esa repetición del espanto.

La novela gira en torno al primer día, un día importante, el llamado “día de diferenciación”. Es el día en el que se celebra una asamblea, mil veces repetida anteriormente, buscando culpables ante cualquiera de los asuntos que hayan suscitado el desagrado oficial. La junta, que esta vez es la continuación de otras juntas anteriores que se han llevado a cabo para investigar la atención de los heridos por el asunto de Kósovo, repite una y otra vez, monótona e insistentemente, sus mismas preguntas.

El aparato busca la autocrítica, que los culpables se desenmascaren a sí mismos con sus propias confesiones, que profundicen en sus “crímenes” más y más hondo, hasta colmar las heces de la humillación y la vergüenza. Estas reuniones tienen lugar al término de las jornadas de trabajo, su duración es de varias horas, con la obligatoria asistencia del personal agotado, y poseen mucho más de interrogatorios en masa que de “comisiones de investigación”. Al final, con delaciones, chivatazos, o simplemente porque alguno de los asistentes no puede soportar la presión, las resistencias se derrumban y se producen esas declaraciones y, finalmente, las deseadas auto inculpaciones: ese es el resultado del terror psicológico del régimen.

Porque el régimen totalitario posee recursos psicológicos de presión que obran mayor efecto en el pavor de las gentes que los fusiles y los tanques. Así, en Pristina hay una orden que prohíbe mantener las puertas de las casas cerradas durante la noche. Este decreto provoca una inquietud y una ansiedad enorme en los ciudadanos, aterrados ante la posibilidad de que cualquier elemento policial o brigadista penetre en el domicilio sin ni siquiera tener la necesidad de llamar a la puerta ni formular previo aviso. Al “día de diferenciación”, con toda su presión y tensión, le sigue la “noche de puertas abiertas”, con la imposibilidad del descanso. Los sujetos, así, están siendo minados continuamente para que cesen en su resistencia.

Parecen recursos de ficción creados para un Estado orwelliano, pero es la Yugoslavia de 1981. Las personas vivían unos días desnaturalizados –tal y como los califica Kadaré en esta novela- permanentemente asustados y pendientes de la sensación de culpabilidad y de inseguridad ante el aparato del Estado. De fondo, además, se mueve la historia de un amor imposible entre un albanés y una serbia, segada de cuajo por la represión policial de la manifestación, que viene a complementar la desesperanza que emana el relato.

En el hastío totalitario, donde todos los días son iguales, consagrados en señalar y eliminar a los culpables, ni tan siquiera cabe un rayo de esperanza para el amor. La brutalidad todo lo puede. Sus engranajes aplastan, como las orugas de los tanques, cualquier expresión de la individualidad.

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