Esquilo, el gran perdedor, es un ensayo de Kadaré que, aunque a simple vista
parecería que versa sobre Esquilo, sus tragedias, lo poco que se conoce de su
vida, lo que se conserva de su obra, aborda otras cuestiones muy interesantes,
cuestiones y obsesiones tradicionales al imaginario del albanés que, por
cierto, le han valido críticas desfavorables.
En este sentido de “fustigar” desde un punto de vista inflexible y
académico –y no digo que sin razón, desde luego-, el erudito Carlos García Gual
despedaza, desde sus conocimientos profundos de catedrático de filología
griega, el texto de Kadaré, para una reseña crítica en la Revista de Libros.
Gual arremete contra la concepción de Kadaré acerca de los orígenes balcánicos
de la tragedia, y su entronque con los ritos funerarios y de boda albaneses.
Castiga a Kadaré por no respetar los estudios de los eruditos, como Gual, que
durante siglos se han dejado la vista y la salud en los retazos de textos para
determinar asuntos que el albanés desmonta y reinterpreta de un plumazo y a su
aire en este ensayo.
No seré yo el que diga que Gual carece de razón -mi doble aspecto de
filólogo y de narrador, me sitúa en una posición complicada al respecto, a la
hora de tomar partido, pero me puede más la faceta creadora que la
investigadora- y es posible que su indignación sea legítima, es más, incluso
exacta, y que ciertas conclusiones y máximas montadas por Kadaré en este Esquilo sean, cuanto menos, desmontables
con facilidad. Ni si quiera le concede el beneficio de la duda a la hora de
referirse a lo poco que se conoce de la vida de Esquilo, tampoco aquí le parece
pertinente a Gual lo tratado por Kadaré. Y tal vez tenga razón, pero, sin
embargo, Carlos García Gual comete un error, un enorme error en su crítica al
ensayo: todo el rato lo contempla con ojos de filólogo, cegado por una visión
academicista y polvorienta, alejada de las gafas de tres dimensiones, de
relieve, de un Kadaré que es algo tan monumental y peligroso a la hora de
meterse en estas honduras: es autor, es escritor, es creador.
De esta manera, la trasposición de Kadaré en Esquilo, al meterse en
sus túnicas, calzar sus sandalias, sentirlo y reconocerse en él como autor -ambos
son creadores- es una tarea filológica que va mucho más allá de la exactitud,
del gusto por el detalle filológico, del estudio minucioso del texto o del
lugar en donde, precisamente, falta ese pedazo de texto. Y Kadaré arroja mucha
más información sobre ese Esquilo que abandona indignado la representación
teatral en la que no han sido reconocidos sus méritos, hirviente de despecho, que
los sesudos estudios introductorios sobre su obra.
Kadaré monta, pone en pie, un Esquilo tangible y humano desde las
perspectivas de autor, de literato, de, fundamentalmente, novelista
acostumbrado a trabajar con los materiales de la ficción, y en eso, la figura
de Esquilo resultante palpita y se nos hace cercana, independientemente de las
inexactitudes señaladas por Gual en los análisis de la tragedia que se
desarrollan en el ensayo, o de los errores y simplificaciones notables –tal y
como los califica en su crítica-.
Kadaré compone un Esquilo con
piel y huesos y corazón, un Esquilo imposible de hallar en las tesis
doctorales, en los estudios eruditos, bajo escolios y notas a pie: porque, de
vez en cuando, la luz que un literato puede arrojar con su peculiar percepción
de la situación, de la otra realidad
compositiva, puede resultar decisiva a la hora de reinterpretar una obra.
Además, aparte de todo ello, Kadaré reivindica la lectura de Esquilo,
lo trata con un amor que va más allá del amor filológico o del amor del
filólogo que ha dedicado años a la investigación y controla y concluye como
inamovible hasta el menor dato de la historia, de la que no es capaz de
salirse. Kadaré habla de Esquilo desde la admiración, no desde la erudición, de
un colega a otro colega, de un escritor que glosa las bondades del otro, de un
fanático loando a su grupo de rock preferido, o un hincha defendiendo
incondicionalmente, incluso abandonado por la razón, al equipo de sus colores.
Todo ello, sin detenernos en algunos otros asuntos enormemente
interesantes que pone aquí en pie Kadaré, por ejemplo sus teorías y reflexiones
sobre el concepto literario de la pérdida, o sobre los motivos que llevaron al
propio Esquilo al abandono de su obra, o cómo, una buena lectura, incluso una
sola página, puede redimirnos de una mala tarde que ya creíamos perdida.
Y es posible que sea esto, la comunicación autoral desde el mismo
plano, o la fascinación incondicional desde el plano de la creación, lo que los
estudiosos no toleren de la posición de Kadaré en este, por otra parte,
jugosísimo y entretenido ensayo que coloca a Esquilo en pantuflas, repantingado
en el salón de nuestra casa a medida que vamos leyendo.
Esquilo abandona el mundo de las bibliotecas y de los fríos
departamentos literarios donde se exhibe como un pescado sobre un montón de
hielo, para pasar, a nuestro lado, una agradable tarde fumando en pipa y
degustando un coñac con nosotros. Ese es el mérito de Kadaré en este ensayo,
muy por encima de errores, posiciones teóricas encontradas o difícilmente
admisibles. Todo el ejercicio no es más que un gozoso: ¡viva Esquilo!
Y no puede, ni debe, entenderse de otra manera.
Hola, me ha parecido muy interesante tu comentario sobre el libro Esquilo. Vivo en Chile, y no he tenido opción de encontrarlo. Sabes si está disponible en digital? abrazo
ResponderEliminarEstimado Marcelo, gracias por tu tiempo y por tu lectura. me alegro de que que te haya gustado. Desde luego, la edición de este ensayo en España está realizada en una editorial minoritaria, Siruela, y no tiene ediciones digitales. Tienes un troceado muy completo del libro en Google Books, Si eso no te basta,puedes buscar alguna versión en pdf en Internet, de pago, o recurrir a Amazon, que lo tiene y suele llegar a todos los sitos. Espero haber sido de ayuda. Muchas gracias por tu atención y espero que sigas por este blog. Saludos.
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