La
presencia del Estado totalitario como un engranaje que tritura a los
individuos, incluso controlando sus pensamientos, es la denuncia de Kadaré en
esta novela simbólica que elige el Imperio Otomano para establecer una
comparación, sin nombrarlo, con el estalinista y el de Enver Hoxha. Es el
recurso de la novela histórica, que denuncia situaciones anteriores de gran
paralelismo con las actuales. Aunque, en este caso, la novela de Kadaré vaya
más allá, con su componente kafkiano y onírico; entronca con el control de las
masas del Orwell de 1984.
El
tema de las novelas de Kadaré siempre gira en torno a la alienación del
individuo dentro de una sociedad, la mayoría de las veces, con reglas
incomprensibles. Hasta tal punto alcanza el absurdo y lo arbitrario en algunas
de sus novelas, como es en el caso de El Palacio de los sueños, que el
autor parece cuestionar la verdadera realidad de la experiencia de sus
personajes, es decir, lo que ven, oyen, sienten, incluso recuerdan. En este
sentido, se abre una vía directa, igual que en el caso de las obras del rumano Norman
Manea y del checo Ivan Klíma, que enlaza a Kadaré con Kafka. Esto no es casual.
Lo que distancia, al final, a uno de otro, es que tal vez el albanés no esté
tan interesado en lo absurdo, sino más en lo trágico, con una base de amor por
los clásicos (en concreto Homero) que no aparece en Kafka.
Así
pues, los mitos griegos como referencia intertextual de Kadaré, pero también
las leyendas albanesas de las que se nutre, de abundante tradición oral, y una
extraña condición abierta de sus obras, al estilo de los ciclos de la épica
oral, que lo lleva a reescribir las novelas una y otra vez, sin considerar
nunca ningún texto definitivamente cerrado. El mundo otomano, pero como
ingrediente de un realismo mágico propio y especial, que podría calificar como realismo
mágico balcánico, y la guerra y el totalitarismo como temas centrales. De
esta manera, la novela que me ocupa, El Palacio de los sueños, se
encuadra dentro de la preocupación sobre el tema del Estado, entendido como un
poder despótico, pero enmarcados los sucesos en el Imperio otomano.
La
Albania de los años en que se redacta la obra (a principios de los años
ochenta), la Albania incomunicada, hostil, la Albania del tirano decrépito y
solitario, aislado, Enver Hoxha, queda en un segundo plano, en una penumbra en
donde también se mantiene en otras muchas de las novelas del autor. Puede
parecer, de esta manera, que Kadaré opte por silenciar los crímenes que están
ocurriendo en esos momentos, pero una ausencia muy significativa que salpica
sus obras hace pensar, por omisión, que la crítica existe, es más: es
demoledora. No menciona al Partido. Y no se menciona al Partido en una
literatura sometida al realismo socialista, donde los ingenieros del
alma componían a mayor gloria del Partido.
A
la par, Kadaré critica, de la manera en la que lo critica en El Palacio de los sueños, al sistema
mientras él vive integrado en el propio centro del sistema de Hoxha y de su
sucesor, Ramiz Alia. Con el enorme mérito, además, de que Kadaré consiguió
publicar gran parte de la obra en Albania, burlando el cerco de la censura y de
las represalias. Y, por si todo ello no significara ya un enorme riesgo, las
obras de Kadaré suelen contener claves, pactos secretos con sus lectores, los
albaneses coetáneos, que encuentran referencias a personajes públicos, lugares,
acontecimientos, todos ellos bien conocidos por sus compatriotas y que, al
leerlos, asociaban de inmediato con la realidad política y cultural del
momento. Nada más comenzar el relato, Mark-Alem, su protagonista, realiza un
recorrido por las calles de la ciudad, cuyo nombre Kadaré evita mencionar, que
parece ser fácilmente asociable o reconocible con una topografía de la Tirana
de ese momento, concretamente el centro de la ciudad, los lugares donde se
encontraban ministerios y edificios estatales.
El
tema del tiempo, de la ubicación de El Palacio de los sueños en un tiempo
otomano, no es una cuestión que el autor haya elegido por capricho o por
mero oportunismo de tipo comercial: no es una simple treta literaria. Kadaré se
caracteriza en sus novelas por recuperar los ejes temáticos fundamentales de la
humanidad, esos universales temáticos comunes a todas las civilizaciones, el
imaginario que reposa y rebosa, que rezuman las fuentes de la tradición clásica
(en Esquilo, en Homero) y las grandes obras maestras de la literatura universal
(Shakespeare, Cervantes). La línea temporal de temas tratados desde la Grecia
clásica a la Inglaterra renacentista o a la España barroca demuestra que el
poder, las intrigas, las guerras y la violencia, de uno u otro modo, de muchos
modos, son consustanciales a la historia de la literatura.
Si
la gran obsesión de Kadaré en su obra son los mecanismos totalitarios y la
forma en que oprimen al individuo, en El Palacio de los sueños,
siguiendo una línea que desarrollará en otras de sus novelas, busca, además, reflejar
cómo el sistema consigue horadar hasta conformar la conciencia de uno de los
integrantes de ese aparato despótico, que lo convierte en cierta monstruosidad
burocrática, acabando por integrar y asumir el mecanismo de sojuzgación del que
forma parte y que sabe, en algún momento, lo destrozará a él también. En este
caso, ese individuo que trabaja al servicio del Estado absoluto tiene nombre:
Mark-Alem. Un nombre que muy bien podría darse la mano con Josef K. o el
Agrimensor K. E incluso con Winston Smith y el camarada Rubashov. En este
sentido, Kadaré se muestra en esta novela muy cercano a Kafka, Orwell y
Koestler.
El
espíritu que alimenta el propio lugar, también nace de un disparate: la
importancia de los sueños y el papel que juegan en los destinos de los Estados
y en sus gobernantes. Por eso, el lugar examina y clasifica los sueños de todos
los súbditos del Imperio, en una tarea faraónica y absurda, además de
imposible. Es en este momento cuando lo grotesco, lo kafkiano, deja paso
a una visión de la kadaria que hace que la sonrisilla de estupefacción,
hasta ahora esbozada por el lector, se hiele en los labios, intuyendo la
magnitud de la tragedia que se está fraguando.
El
Tabir, se trata de un intento de
control mental absoluto, descubriendo lo que piensan los súbditos incluso
cuando esos pensamientos escapan a su control, en el sueño. Es de una
malignidad absoluta. Mil novecientas secciones provinciales, con sus propias
subsecciones, someten a una purga previa los sueños recolectados, antes de
remitir los sueños al Palacio. Entonces, llega el turno del departamento de Selección,
que ejecuta una nueva criba que los divide en tres: sueños privados, los
vinculados al ser carnal del hombre (provocados por hambre, fiebre, enfermedad)
y los simulados, inventados por la gente para lograr notoriedad. Una vez
eliminadas esas tres categorías, desde allí, los sueños válidos, es decir los
que tienen que ver con el Estado, pasan a Interpretación. Allí, aparte
de la detección de un posible sueño que augure un atentado contra la integridad
del Estado, se elige, además, cada viernes, el Sueño maestro o suprasueño,
considerado el más importante y que se le presenta personalmente al Soberano.
El
profesor Ioan Culianu escribió un ensayo acerca del simbolismo del relato de
Borges La muerte y la brújula (1944), en donde uno de los personajes se
siente como Mark-Alem en el interior del Palacio: “Yo sentía que el mundo es
un laberinto, del cual era imposible huir”, afirma el asesino de ese
relato. Para Culianu, lo que busca Borges es “huir de la tiranía de un
sistema mental y entrar en tantos otros como sea posible para obtener, al
completarlos, una libertad de percibir el mundo”. ¿Acaso Kadaré no ha
intentado algo de eso con sus novelas, no ha luchado, con su escritura, por
conseguir su propia libertad de percibir el mundo cuando lo tenía por
completo prohibido?
Haces una labor de orfebrería con este blog, te felicito. Un placer leerte. Te sigo. Un abrazo.
ResponderEliminarMuchísias gracias Lilia, me llega al corazón un comentario como este y me anima mucho a seguir con ello. Un gran abrazo y gracias por dedicar una parte de tu valioso tiempo a leerme y a comentar.
EliminarHola. Te felicito por todo el trabajo que haces con este blog. Quisiera hacerte una pregunta. Mi nombre es Belén, soy de Quito, Ecuador y estoy haciendo mi disertación de licenciatura sobre "El Palacio de los Sueños". Mi pregunta es, ¿dónde crees que está ubicado el Palacio? Geográficamente, me refiero. He tenido dudas sobre eso.
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